30/04/2011
Con hondo pesar la Biblioteca Nacional despide al notable escritor.
Ernesto Sabato quizás sea sostenido por los lectores argentinos, ahora y por mucho tiempo, sobre las fugaces memorias de su novela Sobre héroes y tumbas que de tanto en tanto reverberan. La lastimada epopeya de Martín y Alejandra tenía como fondo a la ciudad y a la historia nacional. Los ambientes que creaba Sabato eran angustiantes, opresivos, pero flotaba un aire de melancolía que permitía una redención. Una lucecita prendida en la noche, en el barrio de San Telmo, lo hace imaginar un estudiante que está leyendo a Marx en la soledad de la metrópolis, en una ligera evocación gótica de los compromisos sociales. La escena de la quema de las iglesias puede ser perdurable y el personaje porteño Humberto J. D´Arcángelo pudo ser recordado por muchos lectores, siembre con un diario popular bajo el brazo abierto en la página de turf. La retirada a la Patagonia de Martín acentúa los rasgos líricos del paisaje y señala un momento de esperanza, envuelta siempre en una tristeza neblinosa. La novela engarza otros relatos, que a la postre fueron más rememorados que la novela misma: El informa para ciegos y la larga marcha del cadáver de Lavalle por las montañas del Norte. Hombre de conversiones dramáticas, Sábato abandonó la física para la que estaba dotado y se inclinó por la literatura que tanto en el ensayo como en la novela le permitían presentar las acechanzas sobre el humanismo de las pequeñas criaturas tal como lo ejercían las maquinarias tecnológicas y científicas. Sus escritos sobre esos temas no consiguieron explorar hasta las últimas consecuencias estas realidades, pero El túnel, su primer novela, recreaba ambientes de absurdo existencial que llamaron al atención de Albert Camus, quien publicó la novela en Gallimard. Sabato quedó asociado a esa visión camusiana de las confrontaciones sociales, buscando un punto de equilibrio social que excluyera los actos “en los que cada uno de apoya en los crímenes del otro para cometer los suyos”. En 1955 renuncia rápidamente a la dirección de una revista que le había confiado el movimiento militar de ese año, y denuncia torturas en las comisarías. Se había animado también a polemizar con Borges sobre el peronismo, movimiento político del que da une versión conmiserativa y valorante de la condición popular. Cuando a comienzos de los sesenta aparece Sobre héroes y tumbas parecía constituirse otro polo literario diferente al que encarnaba Borges, que sin duda desdeñaba lo que llamaba el “patetismo” de Sabato. Abaddón el exterminador no logra en cambio interesar a los lectores, que en esos años 70 estaban menos interesados en temas demonológicas y alquímicos que en las militancias riesgosas, ante las que Sabato alertaba incluyéndose como personaje en la novela. Luego, el torbellino nacional le exigiría nuevas peripecias. La entrevista con Videla –junto a Borges y Castellani- provocó reproches posteriores ante los cuales Sabato presentaba una carta con laboriosas explicaciones justificatorias. La oportunidad para un desagravio llegó con el ofrecimiento de presidir la Conadep, en la decisiva investigación en curso sobre los crímenes de lesa humanidad. Ahí es Borges quien lo critica “por no entender si esas eran tareas de un escritor”, en cruces de opiniones que hoy rememoramos en la distancia cauterizada que la memoria posibilita como educadora dádiva. El prólogo al Nunca más, escrito por Sabato, rondaba los temas que se criticaban insistentemente como propios de “la teoría de los demonios”. Es que Sabato por esos momentos expresaba una fuerte corriente valorativa de las clases medias metropolitanas, ansiosas de un alimento reparador, conciliación con los poderes espurios del inmediato pasado sin resignar un humanismo autocomplaciente y un consuelo incluso de sabor dostoyeskiano ante las cárceles tecnológicas que el escritor nunca dejaba de mencionar como parte de su redentismo proverbial, tema en el cual no hizo concesiones. Cuando discutimos la grave cuestión de la relación de los intelectuales con su propia biografía y con los poderes materiales de una época, el caso de Ernesto Sabato se ofrece a la consideración crítica como uno de los casos ejemplares de la vida nacional. Lo despedimos los que fuimos sus viejos lectores, lectores discrepantes que sabemos guardar algún capítulo de sus novelas en la memoria y el indefinible sentimiento de moderación nostálgica que provoca la muerte. El nombre de uno de los grupos en que se participara a comienzos de los 30, Insurrexit, que marcó a muchos, brota en estos momentos también como voz lejana del pasado y palabra que recurrentemente los tiempos hacen propiciatoria.
Horacio GonzálezDirector de la Biblioteca Nacional
Disponible en: BN Noticias y Novedades