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sábado, 9 de julio de 2011

LA SOCIEDAD DE LOS HIJOS HUÉRFANOS

Sergio Sinay
Fragmento:
Padres que no educan, hijos que no maduran
Hannah Arendt, vivió entre 1906 y 1975. Alemana de origen, se exilió en Estados Unidos tras la ocupación nazi de Francia. Fue discípula de Martín Heidegger (padre del existencialismo) y de Edmund Husserl (impulsor de la fenomenología). A medida que pasa el tiempo y se desarrollan los procesos sociales, las ideas de Arendt confirman y extienden la profundidad y la riqueza que la convirtieron en una de las grandes pensadoras del siglo XX. Creía en la fe como en una virtud indispensable para la creación y conservación de los vínculos humanos. La fe en el otro. Para desarrollarla es necesaria la presencia, el contacto. La falta de contacto y la desconfianza eran, para ella, sinónimas. El contacto es esencial para criar, para educar.
En un artículo de hace medio siglo titulado ¿Qué es la autoridad?, advertía Arendt que las autoridades tradicionales se derrumbaban y que aquello afectaría "a todas las esferas prepolíticas, como la educación y la instrucción de los niños, donde la autoridad, en el sentido más amplio, siempre fue aceptada como una necesidad natural". Para la filósofa esa necesidad proviene de la lógica dependencia del niño que, por lo tanto requiere una guía firme y referencias asertivas, y deriva también de un requisito que ella llama político, como es el de garantizar la continuidad de una civilización constituida. En un trabajo sobre la crisis actual de este concepto el filósofo y especialista en educación español José Antonio Marina se asienta en las ideas de Hannah Arendt y concluye: "No se puede educar sin autoridad".
Suicidio parental
Esta idea naufraga cuando se cree que la escuela primaria o el colegio secundario son simples parques temáticos que los padres mantienen con sus aportes (a través de impuestos en los colegios públicos y de cuotas en los privados) con el fin de que sus hijos estén entretenidos, con sus necesidades rápidamente satisfechas por docentes-baby sitters (o niñeros, o canguros, o como se guste llamarlos). Como cuando se deja un automóvil en el taller mecánico o en el lavadero y se retira el coche reluciente y en perfecto estado de funcionamiento, así se espera que la escuela devuelva a los críos a sus hogares. Los padres no quieren "problemas" sino resultados. Cuando esto no es así (porque hay dificultades de conducta o de aprendizaje) es la escuela la que se vuelve inmediatamente sospechosa. Alguien (un profesor, el gabinete pedagógico, etc.) no está cumpliendo con su misión. Sumémosle a eso la queja de los hijos por sentirse "demasiado exigidos" o por haber chocado con algún límite o norma y tendremos a padres al borde de un ataque de nervios. O de un pataleo anacrónico contra la escuela (…) En esta situación, la autoridad agoniza.
(…) La autoridad, desde mi punto de vista, es un atributo que permite marcar límites, hacer cumplir normas, transmitir propósitos, y que se gesta a partir de una interacción asimétrica entre personas (unos están en un nivel más elevado que el de otros), de una comunicación asentada en el respeto, en la notificación clara, en la definición concreta de funciones y objetivos. Cuando falta alguno de estos ingredientes, cuando se escamotean, cuando se falsean, desaparece la autoridad y queda un peligroso vacío que suele inundar súbitamente el autoritarismo. La autoridad es producto de un vínculo sostenido en el reconocimiento del otro y de la diversidad; el autoritarismo es, por el contrario, la partida de defunción de la aceptación de la diversidad y la imposición de la fuerza como argumento. (…) Cuando, por ejemplo, un padre toma la escuela con su hijo, no sólo le dice a éste que la institución no merece el menor respeto, la desautoriza para el futuro y licua su propia (presunta) autoridad. Cuando el hijo recibe semejante poder en un área que aún no está capacitado (por una simple cuestión evolutiva) para administrar, ¿quién restablecerá el equilibrio en el proceso de formación? No serán estos padres, ahora súbditos de sus hijos y desautorizados por mano propia (…).
Personalmente pienso que, en el caso de los seres humanos, criar es educar. Criamos animales y plantas, no los educamos. En la medida en que los asistamos para que desarrollen su vida, cumplirán el ciclo de la misma siendo lo único que pueden ser (Una rosa es una rosa es una rosa, como escribió Gertrude Stein, un gato será un gato y cada uno hará lo que hace sin elegir, sin intervención de ese atributo sólo humano llamado conciencia). En el caso de las personas resulta diferente: criar es orientar, es proveer recursos de orden afectivo, emocional, espiritual, es preguntar, es reglamentar, es ofrecer nociones de ética, construir una moral para esa ética y es hacerlo a través de la presencia concreta y de acciones, conductas, actitudes. Todas estas son funciones indelegables de los padres. Los educadores son los padres. Los padres que toman colegios haciéndose eco del berrinche de los hijos están educando, sean conscientes o no de ello. Educan a sus hijos en la noción de que las normas no se respetan cuando no nos gustan, de que primero estamos nosotros y después el conjunto, de que no hay que responder por las consecuencias de los propios actos, de que el esfuerzo no es un valor destacable, de que el disenso o el desacuerdo se resuelven por la fuerza o por el número. Los padres que descargan toda la responsabilidad de la crianza en la escuela, también educan a sus hijos. Los educan, con el ejemplo, en la idea de que no somos responsables de aquello que creamos (una vida en este caso), de que, con dinero, siempre encontraremos quien se haga cargo de aquello que nos corresponde, de que los vínculos no se construyen con presencia ni el amor es un trabajo cotidiano.

El verbo es instruir
Si no educa, ¿qué hace la escuela? ¿Qué papel les queda a los Ministros de Educación, incluso a aquellos que, como el que ocupaba esa cartera en junio de 2007, creen que quienes no piensan como ellos directamente "no piensan" y, por lo tanto, no merecen respeto? No sería mala idea, quizás, que esos ministerios desaparecieran y fueran remplazados por una cartera de Instrucción (de hecho, al asumir, en junio de 2007, el Primer Ministro británico Gordon Brown disolvió el ministerio de Educación y lo reemplazó por los de Escuelas, Infancia y Familia en una medida audaz y saludada con entusiasmo por quienes, desde el campo de la pedagogía y de los vínculos familiares, ven más allá de las formas burocráticas).
Desde mi punto de vista, esa es la función de la escuela: instruir, instrumentar, capacitar para habilidades específicas a través del contacto con una variada gama de recursos posibles. Y, por encima de eso, es función de la escuela socializar a los chicos, ser un sólido puente que conecta la intimidad familiar con el horizonte comunitario, con el mundo en el que los alumnos serán lo que sean como personas. La escuela es el primer gran espacio real en el que se experimenta la diversidad, la diferencia y la complementariedad de lo distinto. En la escuela se registra al otro y se recibe la mirada del otro.
La capacidad de mirar registrando, reconociendo y valorando será más vasta según la educación conque un chico llegue desde su casa. Por que es allí, en definitiva, en donde nos educamos. En el fondo, lo sabemos. Y vale para demostrarlo un sencillo ejemplo de la vida cotidiana. Cuando decimos de alguien que es "un mal educado" jamás nos estamos refiriendo a que fue a un colegio malo, a que no estudió lo suficiente o a que sus maestros y profesores dejaban que desear. Hablamos de lo que aprendió en su casa, con sus padres, con quienes lo criaron. O de lo que no aprendió allí. A un "mal educado" no le preguntamos a qué escuela fue sino de qué hogar proviene. Es una cuestión de sentido común. Los padres educan, la escuela instruye y socializa. Esto de ninguna manera rebaja el papel de la escuela ni lo minimiza. La escuela es necesaria, tiene una responsabilidad fundamental, es la primera asistenta de los padres y no siempre es prescindible en sus funciones. Trabaja en equipo con los padres, sus espacios son complementarios, pero jamás puede ni debe remplazar a los padres, no puede ni debe hacerse cargo de las responsabilidades de éstos, no puede ni debe rendirles cuentas ni darles justificaciones por no cumplir tareas que no le corresponden. Cuando los padres delegan su responsabilidad en la escuela y cuando la escuela se somete a esa delegación, los chicos quedan carentes de función parental, y carentes de función escolar. Doblemente huérfanos. Huérfanos una vez más.
De manera que parece no haber escapatoria y tampoco en la cuestión de la educación traer hijos al mundo es un juego. Juan Jacobo Rousseau, el filósofo suizo-francés que impulsó el liberalismo, influyó profundamente en la Revolución Francesa y es autor de El contrato social, decía que "si los niños entendieran de razones no necesitarían ser educados. La peor educación es dejar flotar las cosas entre tu voluntad y la suya, disputar sin cesar entre los dos quién será el que manda". Para formar personas y para instruirlas es necesario crear un contexto, crear reglas de juego, proponer y respetar normas. Esta es la tarea conjunta del hogar y de la escuela, en esto es necesario que se conviertan en socios y que, como tales, recuerden que actúan con un objetivo común: contribuir al desarrollo de una vida para que ésta convierta sus potencias en acto. Para ese objetivo común cada uno contribuirá con funciones diferentes y complementarias. Nadie puede abdicar de las propias.

Más onformación disponible en http://www.redsistemica.com.ar/sinay6.htm